sábado, 11 de julio de 2009

Hola a todos, y ya amerita usar "todos" porque creo tener una amiga que lee este blog.
Asi que ya se acerca la multitud a éstas páginas.
Es cierto, estuve ausente una semana, y obedece a que, como bien recomendaban las autoridades sanitarias, había que "aislarse". Y lo hice al pié de la letra: me fuí a recorrer las islas, en barco por la zona de San Pedro. Fuimos mis hijos Francisco 12 años, Maxi, 9 años, y mi esposa y yo, Géminis y Escorpio.
Para quienes no conocen las islas Lechiguanas, (que si bien están frente a San Pedro, Baradero, y Ramallo, pertenecen a Entre Rios), les paso a contar que nada tienen que ver con el Tigre, y toda su urbanización. No señores, ésto es casi salvaje, muy en estado natural. Allí habitan carpinchos, nutrias (ya muy pocas) garzas moras, blancas, infinidad de aves y hasta algún gato salvaje. Los pocos pobladores de la zona, son gente muy humilde, que vive del cuidado de ganado, la apicultura, y la pesca, en su mayoría.
Fuimos por dos días, y no sucumbimos al "mal del sauce" que es esa necesidad de seguir allí tratando de mimetizarse con el paisaje, y bajando el ritmo cardíaco a babosa mas uno. Así que nos quedamos. Cualquier atento lector, ya se habrá preguntado por las provisiones, que como es obvio estaban calculadas para dos días, tres a lo sumo; así que hubo que hacer un poco de supervivencia, a lo que mis hijos se plegaron con muchísimo fervor. Tanto fervor como el que pusieron luego en insistirme para que fuésemos en el bote al almacen de El Tino, a comprar salamines y queso, para ingresar algo a sus demandantes fauces, sobre todo hasta que nos convirtiésemos en verdaderos expedicionarios.
Ya con mas dominio de la situación, comimos pejerreyes recién pescados por un gentíl isleño que nos los proveyó, y dos mandubís, que sabían a gloria (digo ésto sin haber tenído jamás la oportunidad de probar a Gloria, y muchísimo menos saber cual es su sabor). Un día salimos a cazar aves para un estofado, y tuvimos que apelar al celular para que un amigo islero nos describiera a la Gallareta, especie de patito con pico puntudo (a esa altura, comestible) que coincidía bastante con lo que acabábamos de sacrificar y ya teníamos en el bote. Así que superado el tema ese de matar para comer, cuatro de ellos dieron su vida para que el estofado fuese delicioso. Alguien dijo que no hay mejor cocinero que el hambre ni mejor gourmet que el hambriento, y creo que éste fue el caso. Sobre todo cuando repetimos Gallareta, esta vez con arroz, ya que la primera fué con fideos, y que si bien es rica, ya había perdido el impacto de la novedad. Acompañamos ésto con pan casero, hecho por Claudia en un improvisado fogón que alguna vez describiré, y que nada tenía que envidiarle al de la mejor panadería. Convengamos que a la mejor panadería tampoco se le ocurriría envidiarle nada a nuestro pan, ni muchísimo menos. El rico vinito que sí había en abundancia, terminaba de conformar una situación inolvidable.
Al quinto día recibimos un llamado de Cesar, un amigo, capitán del Chaná, avisando que nos vendría a visitar en su barco con toda su familia, al otro día. Fué una explosión de alegría. Sí, alegría de poder encargarle 3 kg de vacío, pan y otras vituallas, que nos darían la tranquilidad de seguir viviendo, a nosotros y a las sufridas gallaretas.
Al octavo día, emprendimos el regreso lento del barco, cansados, tristones, y sin poder evitar sentirnos una mezcla de Rambo y Robinson Crusoe, escapando de la gripe A.
Prometo abundar en relatos acerca de la vida en las islas.
Buenas noches.
Pirincho

2 comentarios:

  1. Hola Piricho, buena idea la del blog, me alegro mucho. A ver cuando empezamos de nuevo a jugar al tenis un abrazo

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  2. Hola Pirincho, me encantò leer tu blog. A ver cuando te prendès en un partidito de paddle.

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